EL PALIO DE SIENA… “77 secondi di furore”

Texto y Fotografías   Juan José Pardo Mora
escribiendoconluz@yahoo.es

Primero de Julio. El Regional Trenitalia parte de la estación florentina de Santa María Novella a la hora prevista rumbo al corazón de la Toscana. No muy lejos, hacia poniente, las aguas verdes esmeralda del Mar de Liguria se ensañan contra los acantilados de la Costa de los Etruscos. El convoy continúa su marcha a través del sinuoso relieve de las colinas del Chianti, que dan nombre al vino más célebre de Italia, elaborado en su mayor parte con uva de la casta Sangiovese, “Sanguis Jovis”, ¡La Sangre de Júpiter!. Desde la ventanilla se distinguen trazos de un paisaje de colinas dibujadas con campos de girasoles, olivos y viñas; también de cipreses que parecieran haberse plantado en el enclave perfecto, así como alguna pequeña nube bien blanca que surca el cielo solitaria, una escena de tal manera equilibrada que cualquier pintor podría crear, admirándola, la más bella de sus composiciones, o donde Gaudí se hubiera podido inspirar para concebir sus armoniosas y onduladas formas arquitectónicas. La silueta medieval de Siena se advierte ya cercana, como fundida con el terreno por su color café ocre; del perfil de la ciudad sobresale, como vigía que fue, la Torre del Mangia, espigada y graciosa, y a sus pies intuimos que se halla la Piazza del Campo, lugar donde acontecerá el evento, razón de nuestro viaje. Queda aclarar que el artífice de esta aventura es Vincenzo Lucchesi (mi hermano italiano y fotógrafo de Treviso, ciudad véneta). Y la razón del desembarco en esta tierra toscana es fotografiar una de las carreras de caballos de origen medieval más antiguas del mundo… “Il Palio di Siena”.

Acampamos al aire libre en el camping Colleverde, situado sobre una colina con magníficas vistas de la ciudad, teñida ya de azafrán a estas horas por las últimas luces del día. Como los campamentos siempre fueron buen punto de encuentro, hacemos amistad con Paolo, fotógrafo milanés, que nos hablará sobre el origen de la fiesta, y nosotros escucharemos atentos, como hechizados por sus palabras. Comenta que el nombre de la carrera viene del premio, el Palio, del latín “pallium”, un estandarte de seda que recibirá el vencedor.

La víspera de la carrera, es decir, en este preciso instante, se está celebrando una gran cena a cielo abierto en cada barrio, que aquí llaman Contradas. De las 17 que existen 10 de ellas podrán participar en la prueba. Cada barriada toma el nombre de un animal o un símbolo, algunos de ellos con referencias mitológicas: Aquila, Drago, Istrice; Leocorno, Selva, Tartuca… El primer escrito que se conoce y que describe este evento toscano data del 1283. Cada 2 de Julio, la Virgen de Provenzano, y 16 de Agosto, la Asunción de la Virgen, estos 10 caballos salvajes compiten dando tres vueltas a la Piazza del Campo en una apasionada carrera ecuestre. “Dieci cavalli montati a pelo”, diez caballos cuyos jinetes, los “fantini”, no utilizan montura. Vence el primer corcel que cruza “el bandierino”, el punto de llegada, aunque lo haga sin montador. Los caballos, finos y esbeltos, son de raza mestiza “mezzosangue”, anglo-árabes, procedentes de Cerdeña, de edades entre los cinco y los siete años. Por su animada conversación, Paolo terminará por editar algún día uno de los más bellos libros gráficos sobre el Palio, pues no pierde la oportunidad de revivir este gran evento año tras año. Entretanto, el cielo se ha cubierto de un inmenso manto de estrellas, tan brillantes como las lentejuelas de un vestido de Celia Cruz…como ojos que avizoran, expectantes, con inquietud, lo que va a acontecer. De madrugada, los incondicionales de cada Contrada, los “contradaioli”, conversarán sobre si el caballo y su jinete son los adecuados, harán apuestas, dormirán más bien poco. Los capitanes departirán sobre la táctica de la carrera, como entreviendo qué caballo vencerá. Romperá el día y repicará “el sunto”, la campana de la Torre del Mangia bajo la cual se celebrará la misa del “fantino”, a la cual asistirán los jinetes, los miembros de cada Contrada y sus capitanes.

Despunta el día y desayunamos en el camping una buena ensalada de tomate con mozzarella, bañados con un excelente aceite del lugar y orégano. Cargo con película Kodacolor mi Nikon FM2 (aún en uso, quién lo diría), Vincenzo hace lo mismo con su Canon EOS y nos dirigimos hacia Siena. Tras la misa se va a celebrar en la Piazza la última prueba antes de la carrera, cuestión de acostumbrar al caballo a los giros y al terreno, se designarán los jinetes que montarán a los equinos, y a partir de ese instante ninguna contrada podrá sustituir al caballista, aunque éste sufra algún contratiempo previo a la pugna por el palio.


Cada barrio por el que callejeamos está engalanado con coloridas banderas. Comparsas ataviadas con trajes medievales desfilan por el centro histórico camino del Duomo, donde se organiza  una “sbandierata”. Los miembros de esta contrada van vestidos con “montura”, trajes de inspiración renacentista, y ondean sus banderas a son de los repiques de un tambor, “in crescendo” hasta que éstas son lanzadas al cielo llegado el clímax sonoro. Estamos viviendo el día grande de Siena, y aquí no hay respiro, ya habrá tiempo más tarde para el descanso, la contemplación y la plática, así que, no nos queda sino seguir mezclados con el gentío.

A media tarde, bajo un sol de justicia, unos funcionarios comienzan a humedecer la pista, recubierta de toba y arena. Los miembros de las contradas se visten para desfilar en el Cortejo Histórico. En los oratorios de cada barriada se bendicen los caballos, y los Corregidores claman a los animales a entregarse al máximo: “¡Va´, et torna vincitore!”, ¡Ve, y regresa vencedor!, palabras que emocionan profundamente a todos los que allí se encuentran, y que por respeto al animal, quedaría preguntarle a él si siente lo mismo. El incesante tañido de la campana de la Torre eleva la intensidad del momento llamando a congregarse en aquel lugar a todo un pueblo. Las comparsas cantando sus himnos se unen para el Cortejo que va a desembocar en la Piazza del Campo. Suenan los sonidos agudos de los clarines y las cajas de resonancia de los tambores. Hace su entrada en la plaza el carro tirado por búfalos que porta el Palio, y una emoción contenida se respira entre los más de 70.000 espectadores que abarrotan el recinto. Los sbandieratori cierran el cortejo. Los carabinieri despejan la pista de público y me piden a mí también que libere el terreno, no sin antes hacerles una foto de grupo.


Cesa el tañido de la campana, que da paso a un silencio contenido. Del Palazzo Pubblico salen a la plaza los caballos y sus jinetes, avanzando a paso lento hacia la “mossa”, el punto de salida. Dos cuerdas, los “canapi”, delimitan la zona de partida. Nueve de los caballos se “hospedan” entre ellas. Cuando estén alineados, algo más bien difícil pues les cuesta mantener la posición, el décimo caballo, la Occa, podrá entrar entre las cuerdas al galope e iniciarse la carrera. Tres intentos de salida fallidos cargan el ambiente de cierto nerviosismo, los minutos transcurren y se siente un profundo latido de corazón, el latido al unísono de los miles de espectadores que buscan con sus ojos el momento mágico de la alineación perfecta de la caballería.

Siento que ese momento va a llegar, Occa se precipita entre las cuerdas al galope. El “mossiere”, el juez de salida, acciona el pedal que hace caer la primera cuerda… ¡Salida válida!. En cabeza parte como una centella el Bruco, seguido de Onda en la parte interior y perseguidos por Aquila, la Chiocciola, Montone, Torre, Occa, Istriche, Pantera, Lupa… En la primera curva de San Martino, la más difícil, la más cerrada, el Bruco sigue dominando la carrera. Del grupo perseguidor dos bestias rozan el muro de protección por el escaso ángulo de viraje, por la extrema velocidad y por estar dispuesta cuesta abajo, pero ninguno de sus jockey cae. Los oídos ensordecen por los gritos vigorosos de los “contradaioli” y su eco resuena en los palcos, en la fachada curva del Palazzo Pubblico, en el interior de la campana que dejó de tañer, en la piel sudorosa de cada uno de los presentes. ¡Segunda vuelta!... primero el Bruco, Onda, Istrice, la Torre, la Chiocciola... Bruco siempre en cabeza, la fuerza lo acompaña, tercero Istriche que se impulsa y gana terreno, la Torre, la Chiocciola, Pantera, Lupa… En  San Martino los cuadrúpedos se obstaculizan por la estrechez y pugnan por ganar espacio. Los jinetes azotan sus caballos esprintando hacia la complicada curva siempre en subida del Casato.



Pero las sorpresas no acaban ahí. Llegando a la tercera y última curva de San Martino Onda ataca por el interior, su jinete azota vigorosamente a su potro casi rozando las cabezas de algunos espectadores, Onda parece un caballo indómito y muy fuerte, lo que aquí llaman un “bombolone”. Se interna por la derecha con gran brío, sobrepasando al Bruco, que se abre demasiado, ganando la primera posición. Atrás los caballos quedan bien distanciados entre sí, algunos jinetes vuelven la vista atrás para controlar las distancias y obstaculizar al adversario si fuera necesario, y debido a la velocidad de vértigo y la fuerza centrífuga uno de los jinetes cae y se precipita sobre la arena empotrándose contra los arcos de acceso a la Torre del Mangia, su caballo continúa valiente la lucha ya en solitario y en quinto lugar, pero ojo que podría ganar aún. En la siguiente curva el Bruco pierde el control de la trayectoria y pasa a segunda posición Istriche. Primero Onda, Istriche, el Bruco, la Torre… Ultima curva, recta final, el jinete, aun sujetándose desesperadamente a la brida de Onda, se desestabiliza y hace un amago de caída,  Istriche es azotado,  fustigado con vigor en la punta de cadera con la fusta de rabo de buey para que corra aún más, para que vuele, apretando su jinete, con rabia y maestría, las riendas que gobiernan la caballería… los cascos de su equino levantan con vigor la toba y la arena de la Piazza del Campo, estos últimos metros parecen no tener fin, el tiempo se ralentiza, la plaza vibra, la plaza ruge, se emociona, y en los últimos metros Istriche gana la carrera. ¡Victoria para Istriche, el barrio del Puerco Espín!. Una tempestad de truenos  marca el final de una carrera indómita, frenética… de locura. El gentío salta al recorrido en busca del triunfador. El jinete, gorra en mano, brinda al público la conquista. Decenas de “contradaioli” lo prenden  del jubón haciéndolo caer del animal para celebrar todos unidos la victoria de la carrera, ganada en 77 segundos palpitantes, de euforia, de tensión, de bravura, de furia… ¡in 77 secondi di furore!.

Comentarios

  1. Siento el sudor que me corre por el cuello y la espalda, la boca seca y el polvo pegado a mi piel. Hasta los empujones y codazos de la gente enfebrecida que se dirige a saludar al ganador, y un intenso olor a caballerías... y estoy exausta.

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  2. Una apasionada narración "...Llegando a la tercera y última curva de San Martino Onda ataca por el interior, su jinete azota vigorosamente a su potro casi rozando las cabezas de algunos espectadores..." que me hizo sentir de nuevo la euforia y el furor que viví cuando estuve en un "encierro" en Sanse. Nolberto

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