EL COLACHO de Castrillo de Murcia (Burgos)




Texto y fotos: Juanjo Pardo


Un pueblo burgalés, junto a las llanuras del valle del río Pisuerga. De la fachada de la Casa Consistorial, en la plaza de Nuestra Señora, cuelga un escudo de la villa. Una corona, la media luna invertida rodeada de cuatro roeles de oro, una muralla, una torre y, me acerco algo más, el busto de un arlequín con capucha vistiendo un traje rojo, amarillo y negro. Es el Colacho de Castrillo de Murcia. Para que conozcas a este personaje castellano de carácter burlesco y su farsa, lo acompañaremos en una de sus corridas, el domingo posterior al Corpus Christi. La noche del sábado, la villa fue tomada por los discípulos de Lucifer, atemorizando y provocando la huída de los lugareños bajo una incesante lluvia de fuego.


El domingo, al alba, un rebaño de ovejas desciende de la ermita de Santa Bárbara hacia su corral en la calle Iglesia. Algunos jóvenes reposan en los bancos, otros se tumban sobre el césped. Solo han dormido un par de horas y parecen prestos a enfrentarse a Luzbel. De las estancias de la Archicofradía del Santísimo Sacramento, a pies de la iglesia de Santiago Apóstol, aparece el Colacho, enmascarado, personificando al diablo y golpeando sus tarrañuelas con un palo del que pende una cola de caballo. Un atabalero hace resonar su enorme tambor, anunciando con un sonido grave el inicio inminente de una nueva corrida por el pueblo. Los cofrades, vestidos con capas castellanas de paño negro y sombrero, y con una actitud de seriedad profunda e inviolable, se unen a la representación. Los jóvenes se incorporan. Se acercan al cortejo. Los golpes del atabal y las tarrañuelas se acompasan y el desfile se pone en marcha. Expectación. La máscara del demonio, la birria, impide conocer sus intenciones, pero se entrevé su astucia. Y en un momento de descuído, el Colacho acelera e inicia la persecución de los jóvenes, asestándoles duros latigazos con su zurriago.

La estampida se dirige hacia la calle Alta. El demonio se detiene en seco y se vuelve hacia la comitiva golpeando sus tarrañuelas. Un joven se le acerca y le increpa: pareces mayor ¿ya cobras la pensión?, otro: te veo tristón ¿te dejó la novia anoche?, y se escucha una cascada de mofas: cabezabuque, caracartón, gandúl, cierrabares, pocasluces, zampabollos, peinasuegras, abrazafarolas... Este incesante ataque verbal precipita un nuevo arranque de Leviatán, que esta vez pone su mira en el chico que le profirió el "cierrabares", y lo persigue imitando al velocista jamaicano Usain Bolt en una carrera de 100 metros lisos, como si no hubiera mañana, hacia la calle Castilla, desembocando en un campo de trigo y amapolas con vistas a los modernos molinos de viento.

La comitiva entra en la calle Real, nuevas desbandadas se suceden y, llegando a la Plaza Mayor, una chica y cuatro chicos se enfrentan en grupo al Colacho. Uno de ellos pisotea la cola de caballo que tanto dolor les está infligiendo, otro chico le muestra la lengua, otro le lanza un nuevo ataque verbal, la chica hace el gesto de querer arrebatarle el zurriago, y otro corredor yace en el suelo con su mirada fija en la máscara del diablo, en su nariz prominente y sus ojos negros. Unos segundos eternos... Aprovecho el instante para hacer una fotografía, y después del clic la escena recobra vida y la carrera atraviesa la Plaza de la Fuente y la empinada y angosta Calle Atabal.

Un enjambre de jóvenes construye un muro humano en la calle de la Fragua para impedir el paso al Colacho, un muro que resistirá unos instantes los embites de Lucifer, que combatirá para abrirse paso hacia la Plaza de la Señora donde acabará la carrera, mientras resuenan las rastañuelas y el atabal, siempre al unísono. Después de un tiempo de respiro, una nueva corrida, una nueva persecución comienza...


Al atardecer, y siguiendo la misma ruta de la mañana, la procesión sale a la calle. El Santísimo bendicirá al pueblo y a los niños que durante ese año hayan nacido. En las calles y plazas se han engalanado las casas, dispuestos los altares y los colchones donde las madres acuestan a sus bebés. Unos ríen, otros lloran o duermen, otros juegan entre ellos, todos transmiten su inocencia. Una vez finalizado el canto de vísperas en la iglesia, la comitiva se acerca al primer altar provocando un profundo silencio, después los dos colachos (el entrante de este año y el saliente) tranquilizan a los niños acariciándoles con la cola de caballo de su zurriago...

Se posicionan a la distancia adecuada, los espectadores evitan parpadear, unos segundos de concentración más y... tomando velocidad saltan con presteza por encima de los colchones que se han dispuesto en el lugar y huyen como símbolo de derrota. El sacerdote, sosteniendo la custodia, se acerca a los bebés y los bendice para liberarlos de la influencia del maligno. Cristo ha vencido. Los niños que han hecho la comunión ese año lanzan pétalos de rosa sobre los pequeños y la procesión continúa el recorrido hacia el próximo altar... y el siguiente...

Recibiendo los últimos rayos de sol, el pueblo se dirige a la zona alta, la de bodegas y lagares. Un cofrade ofrece un discurso emocionado en las eras, el Colacho se despide y una colación de vino y pan, y queso de la cercana villa de Sasamón, se ofrece a los presentes mientras el grupo de Danzas Burgalesas "Tierras del Cid" hace sonar la bandurria, la dulzaina, el almirez, para gozo de aquellos que han sido testigos de la farsa del Colacho de Castrillo de Murcia... o, como algunos apuntan, del "Castillo del moro Muza".

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