SALZBURGO… “Nobleza Blanca”                         

Texto y Fotografías   Juan José Pardo Mora
Foto Marionetas Familia Trapp  ©Salzburg Marionetten Theater
escribiendoconluz@yahoo.es

La trémula aguja del cuentakilómetros del Peugeot 206 señala 80 km/h, como afirmando que comienzan a pesarle tantos años de andanzas, hecho que los tres viajeros agradecemos, pues así el paisaje se saborea más lentamente y la retina es capaz de guardar para siempre la imagen de los colosales Dolomitas, los Alpes orientales que surgen frente a nosotros cual pared infranqueable. Atrás quedan las colinas de Treviso donde se sumergen las cepas de uva prosecco, los maizales despuntando en las infinitas llanuras del Véneto, y los viejos “vaporettos” navegando, incansables, por la laguna veneciana. Dirección Trieste, y próximos a la frontera eslovena, nos adentramos en los Alpes entre profundos valles. Vincenzo al volante reconoce bien este relieve alpino por haber hecho el servicio en un grupo especial de alta montaña en Venzone, los Alpes Carniche. A Teodora, que cierra el terceto, y descendiente de Angelo Costantini e Ilda Barovier, dinastía de maestros artesanos que fue del cristal de Murano, la imagino anhelando plasmar en cerámica aquella silueta de cumbres nevadas e inalcanzables o el contorno sinuoso de lagos de agua cristalina, mientras cruzamos la frontera con Austria hacia la región de Carintia. Al oeste se extiende el parque natural Hohe Tauern con las cataratas de Krimml de 400 metros de desnivel, el glaciar Pasterze a los pies de la montaña Grossglockner (el pico más alto de Austria con sus 3.793 metros de altitud), y frente a nosotros innumerables túneles de distancias imposibles y fortalezas medievales como la de Hochosterwitz, situada sobre una roca dolomita a 160 metros de altura. Las casas alpinas de madera, piedra y balcones floreados salpican un paisaje de laderas escarpadas. Al atardecer, intuyendo una fuerte nevada, el Peugeot hace su entrada en “La Fortaleza de la Sal”, la ciudad de Salzburgo.

El ser fundada sobre minas de este “oro blanco”, en una encrucijada de caminos entre Münich y Viena, hizo que el buen desarrollo económico por las exportaciones de la sal la elevaran al milagro arquitectónico y artístico que apreciamos. Acercarse a las salinas del pueblo de Hallein, en las inmediaciones, nos ayudaría a comprender mejor esta ciudad. Allí los mineros extraían la sal de las profundidades de la tierra y aún hoy puedes navegar por su lago subterráneo y evadirte de Austria a Alemania a través de sus infinitos túneles.

Salzburgo, escoltada por el Mönchsberg, “La montaña de los monjes”, y el Kapucinerberg, “La montaña de los capuchinos” es barroca hasta la médula en un marco alpino inigualable. Lugar que vió nacer a genios como Wolfgang Amadeus Mozart, su hermana Nannerl y el director de orquesta Von Karajan. La cuna del villancico “Stille Nacht, heilige Nacht” (Noche de Paz). La ciudad de las numerosas torres, por el número de iglesias que alberga en tan poco terreno y que reflejan el poder de los príncipes-arzobispos que gobernaban este pequeño estado. Conocida también como “La Bella”, por ser la más pequeña de las ciudades importantes europeas. El geógrafo alemán Alexander von Humboldt ya lo dijo: “Para mí, las regiones de Salzburgo, Nápoles y Constantinopla figuran entre los lugares más espectaculares del mundo”.

Encontramos hospedaje en el Markus Sittikus, a la orilla derecha del río Salzach, cuyas aguas transcurren con ansia de desembocar. En el alojamiento conocemos a la pianista de origen sirio Mehrazar Dadkhad, recién llegada de Roma para impartir clases en la ciudad, y sus historias “musicales” nos hacen comenzar esta aventura a buen ritmo. 
El hotel está flanqueado por el Salzburg Marionetten Theater, donde se representan obras como “La Flauta mágica” de Mozart, el ballet “El Cascanueces” de Tchaikovsky, “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare, o el clásico del cine de los sesenta “Sonrisas y Lágrimas”, película con Julie Andrews y Christopher Plummer, que fuera rodada en Salzburgo y aledaños. A su lado el Conservatorio Superior de Música, el “Mozarteum”, en cuyo jardín se encuentra la casita de madera de “La Flauta Mágica” y que fuera traída desde Viena, (se dice que el libretista de Mozart, Emanuel Schikaneder, lo confinó en ella para forzarlo a terminar esta composición en el tiempo previsto). Las salas de conciertos del Conservatorio están próximas al Palacio de Mirabell, donde tienen lugar las “Primaveras Musicales”. 

A sus jardines, con una vistosa ornamentación floral, puedes acceder si no te pierdes antes por el laberinto o en el Teatro de Arbustos, o eres hechizado por algún gnomo de mármol de la montaña Untersberg que vive en este mágico lugar. Más allá de los parterres y entre las estatuas de Paris, Heracles, Hades y Eneas, rodeando la fuente de entrada al recinto, surge la fortaleza Hohensalzburg sobre una roca al otro margen del río. Un guiño inteligente a la perspectiva y la armonía. Por estos jardines Julie Andrews y los 7 hijos del capitán von Trapp danzaban y cantaban  el “Do Re Mi” entorno a la fuente de Pegaso, el caballo alado. Julie encarnaba en esta película a María Augusta von Trapp, personaje de la vida real que nació en un tren mientras sus padres viajaban desde el Tirol hasta un hospital en Viena. Al finalizar sus estudios María entró como novicia en la abadía de Nonnberg y las monjas benedictinas le ofrecieron ser la maestra de los 7 hijos del comandante de la armada Georg Ritter von Trapp, que había enviudado, convirtiéndose poco después en la madre de los cantantes de la familia Trapp. Tras un festival en 1935 iniciaron sus giras artísticas, hasta que en 1938 la Alemania nazi invadió Austria y la anexionó al Tercer Reich. La familia von Trapp se exilió entonces a Italia y más tarde a EEUU. Gran historia. El reloj de la torre de la iglesia Sebastianskirche marca una hora prudente para la calma y la cena. Elegimos una terraza en la Linzer Gasse y como plato un wiener schnitzel con patatas asadas, un delgado filete de carne de ternera empanado y frito con mantequilla, acompañado de una salsa de arándano rojo.         

Despertamos al día siguiente bajo un sol radiante. Ojeamos el diario “Salzburger Nachrichten” que abre con un gran titular, “Österreich nähert sich wieder der Vollbeschäftigung”, algo así como que Austria se acerca de nuevo al pleno empleo. En las páginas interiores leemos otra noticia “Zu wenig Mathe- und Physiklehrer”, que afirma haber escasez de maestros de matemáticas y física en varias regiones austríacas. Mientras tanto, en la calle los locales se saludan con un “Grüß Gott!”, una expresión un tanto singular de Austria y Baviera que equivale a un “que dios te bendiga”, y que muestra las profundas raíces católicas de la urbe. Caminamos por los muelles del río Salzach hasta el puente Staats-brücke buscando el Altstadt o barrio antiguo en la orilla izquierda, para terminar llegando al nº 9 de la Getreidegasse, la calle del grano, donde nació Wolfgang Amadeus Mozart. Según afirman mis lecturas el genio escuchaba tocar el clave, antepasado del piano, a su hermana Nannerl y pronto él comenzó a tocar el violín de forma autodidacta; con sólo 5 años escribía sus composiciones sobre pentagramas. Junto con su hermana era capaz de tocar el clave de espaldas o con los ojos vendados, dos talentos. Compuso sinfonías y óperas, divertimentos y serenatas… Mozart estaba dotado de lo que se llama “oído absoluto”, una capacidad para reconocer y recordar diferencias hasta de un octavo de tono. Considero su música como extraordinaria, espiritual, estimulante; sublime, brillante, creativa… Y el efecto de su armonía sobre el cerebro humano lo comparo al de un baño turco sobre los poros de la piel, desintoxica, relaja y estimula, acompasa nuestra respiración y mejora el estado de ánimo. La obra de un genio.

Su calle, punto de encuentro de los viajeros, es un escaparate comercial sin igual. Históricos letreros en hierro forjado, y de origen medieval, sobresalen como cañas de pescar de las fachadas de sus numerosas tiendas. Parece ser que en la Edad Media, siendo muchas personas analfabetas, éstas se orientaban por un lenguaje de signos, y así estos letreros tienen labrada, considerando su evolución en el tiempo, una bota, la “M” de McDonald más artística jamás vista por mi retina, un reloj o una pareja de tiroleses indicando que la sastrería confecciona ropa tradicional austríaca, vestidos “dirndl” para las mujeres y chaquetas loden color verde, las “lederhosen”, para los hombres. La calle, una interminable recta cual antiguo camino romano, rebosa de ancestrales tahonas, fabricantes de licores, sastrerías y antiguos cafés. Y algo más curioso aún nos asalta a la vista, las ventanas de las casas van reduciendo su tamaño conforme el piso es más elevado, quizás por la sencilla razón de que a menos altura mayor necesidad de luz. Son también numerosos los pasajes, con o sin salida, por los que huir en busca de románticos patios interiores y sus soportales, antiguos establos, viejas plazuelas. Por uno de ellos nos perdemos en busca de la Residenz Platz, asentada sobre el antiguo foro romano, con su fuente barroca del Tritón, el dios marino, hijo de Neptuno, que nos recuerda a la de Bernini en Roma. 

En los soportales junto al Dom, la catedral, un joven llamado Jan Tracik interpreta “Tears in heaven” con su violín eléctrico, envolviendo a los viandantes en una atmósfera hipnótica que podría sumirnos a todos, también a tí, te lo aseguro, en un sueño artificial. A su alrededor los coches de caballos dan una pincelada de aire dieciochesco al lugar, y dos jugadores reflexionan sobre el próximo movimiento, sin pestañear, quizás sin respirar, frente a un enorme tablero de ajedrez dibujado en el suelo de la plaza contigua, la Kapitelplatz, la bulliciosa plaza del mercado que nos conducirá hasta la cima de la montaña. El camino nos remonta hasta los pies de la mole rocosa del Festungber, en cuya cima se asienta la fortaleza. A sus pies, el cementerio Petersfriedhof, uno de los más bellos y antiguos camposantos del mundo. En su seno los primeros cristianos llegados a centro Europa utilizaron sus catacumbas, unas cuevas de origen natural, para practicar el culto católico. A unos pasos de allí, y como contraste entre la vida y la muerte, ruge una corriente de aguas bravas que mueven la rueda de un viejo molino. Sin más dilación subimos al tren cremallera que nos eleva a la fortificación de Hohensalzburg. Desde aquél lugar, construído en el siglo XI durante las guerras entre el imperio romano y el papado, y deambulando entre baluartes, pasajes, establos y plazoletas, urge encañonar la mirada hacia el oeste, la frontera natural con Alemania, un cuadro pictórico natural de valles y montañas sin parangón. 

Y hacia el este, dirección Viena, sabemos que se encuentra St.Gilgen, en el lago Wolfgangsee, donde nació la madre de Mozart, y donde pasaremos la noche junto al puerto bebiendo un Sturm, un vino nuevo del lugar, embarcaremos al alba en el vapor “Emperador Francisco José”, y pensando en su amada Sissi La Emperatriz surcaremos sus tranquilas aguas mientras nos preguntamos donde se hallará Edelweiss, la flor de las nieves que debe brotar en alguna de esas cumbres. Edelweiss significa "Nobleza Blanca", y se dice que tomó su color de la luna. Una leyenda cuenta que los hombres que pretendían probar su amor tenían que subir a más de dos mil metros de altura para hacerse con una y entregarla a su amada, quizás por ello representa el honor, el mundo de los sueños y el amor eterno.

Ya es hora de volver a casa, y el viejo Peugeot atraviesa el estado libre de Baviera dirección Innsbruck, la capital del Tirol, donde se celebra la fiesta del vino en un entramado de estrechas callejuelas animadas por acordeones y canto yodel, ese típico “lohodraehooo” tirolés. 
Cenamos en el Stiegl y hacemos noche en el Weisses Kreuz, junto a una casa con tejadillo de oro. Al día siguiente nos harán saber que nuestro hotel albergó a Leopold y su hijo Mozart cuando iban camino de Italia... hecho, entre tantos otros, que me inspiró a escribir estas letras. Y cual familia von Trapp, como Julie Andrews, Christopher Plummer y sus 7 vástagos, cruzamos de nuevo los Alpes abandonando Austria no sin antes ofrecerte, como regalo de Año Nuevo, la letra de aquella canción titulada “Climb every mountain”, de la banda sonora de “Sonrisas y Lágrimas”, deseando que te animen a seguir siempre En Ruta: 

Sube cada montaña / busca en todas partes / sigue cada camino / cada senda que conozcas / Sube cada montaña / vadea cada arroyo / persigue cada arco iris / hasta que encuentres tu sueño / un sueño que necesitará / todo el amor que puedas dar / cada día de tu vida”. 




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