VENECIA...
“Enmascarada”


Texto y Fotografías Juanjo Pardo Mora
escribiendoconluz@yahoo.es

A ambos lados del tren sólo distingo agua, bruma y un sol difuminado hacia poniente; y allá, donde apenas alcanza la vista, un archipiélago de cientodieciocho pequeñas islas unidas por cuatrocientos puentes, todo un laberinto “de pasiones” y un gran escenario teatral… llegamos a Venecia.

En la estación de ferrocarril de Santa Lucía compro un periódico local. Atardece, y fuera aguarda un Vaporetto, un barco de pasajeros con el que surcaremos el Gran Canal, la gran avenida de la ciudad veneta, rebosante de Iglesias y Palacios de la nobleza. En un hotel cercano cargan maletas en una góndola. A babor una barcaza descarga pescado; a estribor una lancha de los Carabinieri observa el ajetreo. Navegando junto al Puente de Rialto se escucha música barroca de Vivaldi en un Palazzo, celebran una fiesta de carnaval. Imagino a Giacomo Casanova con su antifaz, deleitándose en la seducción de las más bellas damas de la mascarada nocturna, en un ambiente distendido y libertino…
Por el estruendo del motor del vaporetto diera la sensación de que éste fuera a reventar en medio de las aguas del canal; al piloto, sin embargo, le suena a música clásica, afirma que lo “afinó” por la mañana. Si él lo dice… Me distraigo del alboroto leyendo en el diario “Gazzetino di Venezia” un artículo sobre la Comedia del Arte, un movimiento teatral italiano del siglo XVI, cómico por excelencia e improvisado como el jazz, que representaba parodias de la vida y donde los actores masculinos portaban máscara. Algunos de estos personajes reflejaban, en las comedias del dramaturgo veneciano Carlo Goldoni, estereotipos de la sociedad veneciana.
Pasamos bajo el Puente de la Academia, construido todo en madera. Sobre él, una pareja disfrazada, él de doctor Balanzone (un personaje cómico, a veces médico, a veces abogado), ella de Camilla, (una encantadora sirvienta de la comedia del arte) conversan en un tono desenfadado. Quizás no se conocen aún, quizás acaban de cruzarse, y protegidos por las máscaras, garantía de discreción, se han atraído. Mientras, por los muelles del barrio de la Giudecca corretea un grupo de jóvenes disfrazados de Arlequines.
El vaporetto avanza en buena dirección, o al menos eso creo, alejándose de la ciudad en dirección al Lido, la isla enclavada frente a Venecia, donde pasaremos la noche…
Al amanecer, desembarcamos en la Plaza San Marco. De ella dijo Napoleón que era “el salón más bello de Europa”. La torre del Campanile, que antaño fue faro, sobresale majestuosamente, escoltado por la arquitectura gótica del Palacio Ducal y la bizantina de la Basílica de San Marco; y al fondo se entrevé la Torre del Reloj, son las ocho. Aparte de dar las horas, el reloj muestra en qué fase lunar nos encontramos y los signos zodiacales. La Piazza está casi desierta, un fotógrafo coloca su Canon en el trípode y la enfoca hacia los soportales del Caffé Florian, el más antiguo de Italia. Frente a la puerta, un grupo de música clásica se instala, y algunos disfraces se comienzan a avistar junto a la Basílica. Tomemos un café pues... Este lugar inspira a la tertulia, y claro, también a la conspiración. Imagino a los embajadores y comerciantes charlando en alguno de sus salones, a escritores y dramaturgos de la época, como Carlo Goldoni, espiando las conversaciones ajenas y estimulando así su imaginación para enriquecer sus comedias.


 Los violinistas irrumpen con el “Invierno” de Las Cuatro Estaciones, del veneciano Vivaldi. Marcho hacia la plaza. No sé de donde han salido, pero está abarrotada de disfraces, que pasean lentamente entre la muchedumbre; sus movimientos son tan lentos que parecen estar posando, danzando en el aire, la plaza rebosa de color, qué espléndido decorado, el pueblo llano y los nobles se entremezclan, nadie sabe quién es quién…

Se dice que la máscara llegó a ser en Venecia el cómplice ideal para transgredir reglas sociales, se utilizaba durante varios meses al año, en banquetes oficiales o en fiestas de la República. La utilizaban los nobles empobrecidos que pedían en las esquinas, y aquellos que vivían relaciones amorosas clandestinas; también la llevaban las mujeres casadas que iban al teatro, y los venecianos que jugaban en apuestas varias, para no ser reconocidos por sus acreedores.
Pulcinella pasea junto al arco del Café Quadri, su máscara es napolitana, y este personaje se representa como tonto o astuto, valeroso o cobarde… Brighella se esconde tras una columna del Palacio Ducal, es la máscara de un servidor inteligente, que ayuda y engaña a su dueño; un personaje sin escrúpulos… Pantalone, la máscara veneciana más famosa, es el arquetipo del viejo mercader, ignorante y pedante, loco, sabio, rico, y anda por ahí… subido a la balconada que rodea al Campanile… Me pasa rozando y con una reverencia una Arlecchina; más allá anda Zenda y Moretta, revoloteando junto a las góndolas… y un chico con La Bauta, máscara típica de la Venecia del siglo XVIII, ofrece una rosa a una Colombina, una sirvienta simpática, astuta y maliciosa… Y a usted, que lee estas palabras… ¿qué personaje le gustaría representar?...
Vuelvo a observar la Torre del Reloj, en particular el anillo de la fase lunar, para estudiar las mareas. Durante el carnaval, la máscara oculta la identidad de quien la lleva, en primavera lo hará la marea alta del Adriático con la Piazza San Marcos y aledaños. Venecia se “oculta”, Venecia “se enmascara”.

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