OVIEDO "Un cuento de hadas"

OVIEDO
“Un cuento de hadas”

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: Juanjo Pardo Mora



La iglesia de San Isidoro en Oviedo.

Atravesamos los campos de Castilla y León en dirección al Puerto de Pajares. El tren ralentiza su marcha al ascender por sus abruptas pendientes hasta alcanzar sus 1378 metros de altitud. Al mirar por la ventanilla más parece uno ir en un aeroplano que en un vagón de Renfe, por los profundos valles que se van sucediendo a uno y otro lado del tren. De este modo tan espectacular da Asturias la bienvenida al viajero que se adentra desde la meseta.

Jovellanos (político y escritor asturiano) describía así su paso por el Puerto:

«¡Qué delicioso país al continuar la bajada que sigue hasta Campomanes! Va el camino faldeando los montes a la derecha y a la izquierda, toda llena de prados, hasta la cumbre, caseríos y algunos sembrados de trigo y maíz. El río en lo profundo, pero bien aprovechadas las aguas de las vertientes para el riego…».

El tren sigue con su serpenteo, deja atrás las minas de Mieres y se adentra en una ciudad escoltada por los ríos Nalón y Nora, "La muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heróica y buena ciudad de Oviedo", la capital del Principado. Callejeamos, y una de las primeras imágenes que nos asalta es la de unos peregrinos que, haciendo un alto en el camino de Santiago, rinden culto a San Salvador, en la basílica que lleva su nombre. Según cuenta la historia, el primer peregrino fue el Rey de Asturias Alfonso II, que partió de Oviedo con su corte (en el siglo IX) para venerar las reliquias del apóstol.

Acompañamos a uno de estos peregrinos por la Basílica y nos disponemos a descubrir las entrañas de ese santo lugar. Descendemos a la Cámara Santa, donde nos aguardan la Cruz de los Ángeles y la Cruz de la Victoria. Esta última se convirtió en el símbolo de Asturias, y aparece en el escudo del Principado. Cuenta la leyenda que fue la que enarboló el Rey Don Pelayo como estandarte en la batalla de Covadonga contra los musulmanes.

Pero algo más llama nuestra atención. Detrás de la Cruz de los Ángeles se expone una reproducción del sudario que, según la tradición cristiana, envolvió la cabeza de Jesús de Nazaret tras la crucifixión en el monte Gólgota. El original se encuentra en un arca bajo la cruz, de madera de roble y recubierta de plata, llamada Arca Santa.

La Cruz de los Ángeles. Detrás, reproducción del sudario.

Cuenta la historia que en el Siglo VII los cristianos huyeron de Palestina, tras la invasión persa, portando las reliquias en un arca. Al parecer fueron bordeando el Mediterráneo, quizás haciendo escala en Alejandría (Egipto), y arribando a España por Cartagena. Desde Murcia el arca llegaría a Sevilla, Toledo y, huyendo de la invasión musulmana, a Asturias.

Habiendo enriquecido la mente con leyendas e historias sagradas, el estómago pide a su vez ser alimentado a base de arte gastronómico asturiano: un vino de Cangas y alguno de los cuarenta quesos de la tierra, un fuega´l pitu o un cabrales; una fabada, o pescados y mariscos del Cantábrico “regados” con sidra natural.

Para descubrir las maravillas culinarias del lugar nos acercamos a la calle Gascona, (llamada así por ser la posada de los artesanos y comerciantes gascones llegados de Francia en el XIII), que es conocida en Oviedo como “El Boulevard de la Sidra”. Bares y restaurantes se disponen a uno y otro lado de una calle en cuesta, olores a pulpo y calamares…

Sidrería de la calle Gascona.

Cada vez que divisamos a un camarero disponiéndose a escanciar la sidra, apostamos a si el mítico líquido astur caerá más bien dentro del vaso o fuera del susodicho. Constato la maestría de estos profesionales de la restauración, e incluso hablaría de admiración. El camarero eleva la botella mientras guarda su mirada perdida en el horizonte, el líquido impacta el borde del vaso, que queda casi horizontal, y el oxígeno del aire se mezcla con el carbónico de la sidra. Una “jugada” perfecta.

Como de perfecto podría describirse el casco histórico de Oviedo, que muestra su cara amable al haber sido peatonalizado. De este modo, una magia y cierto romanticismo envuelve a la ciudad medieval, entregada por completo al viajero.

En sus calles nos vamos encontrando con personajes que dieron vida a la ciudad, esculturas que rinden homenaje a la pescadera, la guisandera, la maternidad; a la fotógrafa “la torera”, la lechera, la vaca asturiana… a Woody Allen (la última película de este director, Vicky Cristina Barcelona, fue rodada en parte en la ciudad ovetense). Todo el mundo se fotografía con ellas, todo el mundo las abraza.

Woody Allen y La Regenta, de Clarín.

Aprovecho para añadir, a modo de anécdota, que al ovetense, también se le denomina “carbayón”, que en asturiano significa “gran roble”. Había uno ya centenario en la calle Uría, talado en el XIX y que era de enorme importancia simbólica para los ciudadanos, de tal manera que hasta las confiterías llegaron a crear un dulce con ese mismo nombre.

Antes de decir adiós a la ciudad subimos al monte Naranco, desde el que divisamos la ciudad, y desde donde aún pueden oirse, en la lejanía, las campanas que hacen sonar el himno a Asturias. En las faldas del monte quedan en pie dos joyas del arte prerrománico, el Palacio de Santa María del Naranco y su templo, San Miguel de Lillo, declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, y que formaban parte de un antiguo conjunto palaciego del siglo IX.

Mirando a Oviedo desde las alturas, la ciudad queda rodeada por montañas que le sirven de muralla y la cobijan, y, por unos instantes, recordamos unas palabras de Woody Allen al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes:

“Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera… como un cuento de hadas”.


Santa María del Naranco.


 

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